Bahía Solano, en la selva Chocoana. Fotografía tomada y cedida por Gloria Mosquera. |
En busca de una alternativa para sustituir progresivamente la energía
proveniente de fuentes fósiles por otras que se generen a partir de recursos
naturales renovables y menos contaminantes, los biocombustibles se erigieron,
desde hace aproximadamente una década, como la panacea ante el incremento de
las emisiones desmedidas de dióxido de carbono (CO2) y su efecto en
el sistema climático terrestre. El hecho de que pudieran obtenerse a partir de
la biomasa daba por sentado su permanente disponibilidad sin pensar en
agotamiento debido a que dependían de las bondades de la madre tierra, siempre
presta a fructificar en favor de la humanidad. Sin embargo, cabría pensar en
estos momentos si al incrementarse en mayor medida su consumo, dada la gran
apuesta como negocio que representan ¿Se pondrá en peligro la seguridad
alimentaria de algunas regiones vulnerables del planeta? ¿Será sostenible si la
frontera agrícola se expande en desmedro del bosque? ¿Cuál es y será su efecto
en las emisiones de carbono?
Aunque en la actualidad los biocombustibles representan solo el 2.5%
dentro de la gama de fuentes energéticas, un aumento significativo, como se
prevé a un futuro cercano, podría arrojar resultados contraproducentes. Se
espera que para 2020 en Europa las energías renovables, especialmente los
biocombustibles, representen el 10% de su combustible de transportación. Para
Estados Unidos se espera que esté alrededor del 12% para el mismo horizonte de
tiempo y de acuerdo a la Agencia Internacional de Energía Atómica, se espera
que para mediados de siglo las necesidades de transportación sean cubiertas en
un 27% a nivel mundial por la biomasa. Estas proyecciones pueden fortalecer el
optimismo respecto a la sustitución paulatina de fuentes fósiles; sin embargo,
en materia de impactos en el volumen de emisiones de CO2 y seguridad
alimentaria, este puede no ser tan positivo.
Reviste gran preocupación que se destinen extensiones de terreno fértil
para la producción de materia prima con el afán de suplir la necesidad que de
biocombustibles demandan la industria del transporte, principalmente, y el
sector energético, en menor medida, cuando las necesidades alimentarias de la
población mundial van en aumento conforme se incrementa la densidad demográfica
del planeta y la fertilidad de los suelos por factores de tipo climático,
contaminación y sobrepastoreo, se reduce. Conforme aumente la demanda será
mayor la disposición de terreno para suplirla y este no podrá ser destinado
para la producción alimenticia.
Además de lo anterior, el que se destine cada vez más terreno con fines
agrícolas supone un cambio significativo en el uso de la tierra debido a la
necesaria deforestación que ello acarrea. Quitarle más extensión al bosque y la
selva, tal como se ha venido presentando en la Amazonía y en la selva del
Chocó, por citar solo dos ejemplos, equivale a resentir el equilibrio
ecosistémico, liberar carbono a la atmósfera reduciendo a la vez la capacidad
de fijación del mismo por parte de la vegetación, atentar contra la
biodiversidad y modificar la capacidad de reflexión de la radiación solar por
parte del terreno (albedo superficial).
La liberación de carbono es
un punto crítico a la hora de evaluar los beneficios de los biocombustibles;
por ejemplo, el carbono que se almacena en los bosques o en los pastizales es
liberado del suelo a través de la conversión del terreno para la producción de
cultivos. Mientras algunos de estos cultivos pueden generar ahorros de gases de
efecto invernadero, tal es el caso del maíz destinado para la producción de
etanol y el pasto varilla con 1,8 y 8,6 toneladas de dióxido de carbono por
hectárea al año respectivamente, la conversión de pastizales para llevar acabo
estos cultivos emite alrededor de unas 300 toneladas por hectárea. Y más aún
cuando la conversión es a expensas de tierras forestales, en cuyo caso la
emisión se encuentra entre 600 y 1000 toneladas por hectárea (Fargione et al., 2008; The Royal Society, 2008; Searchinger, 2008). De acuerdo a
esto, el argumento de la neutralidad de la bioenergía en términos de carbono
sostenido sobre la base de que las plantas recuperan el CO2 del aire
cuando crecen compensando la emisión de este por haberlas quemado como combustibles,
pierde sustento. Destinar un pastizal, un campo de maíz o bosque para generar
energía requiere desestimarlo para la producción alimenticia o para el
almacenamiento de carbono.
Deben
existir unos niveles críticos hasta donde la producción de biocombustibles sea
favorable. Está claro que en la sustitución de fuentes fósiles hacen parte de
un todo, de una miscelánea de alternativas que aglutina a la energía solar, la
eólica, la geotérmica, nuclear, etc. Dejar todo el peso o una parte demasiada
amplia de la sustitución sobre los biocombustibles es insostenible.
Nelson
Vásquez Castellar
metparatodos@gmail.com
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