miércoles, 4 de mayo de 2011

Una carrera hacia el hambre


Por Bjørn Lomborg
Los biocombustibles suelen generar simpatía. Pero, ¿qué tan sensato es quemar millones de toneladas de comida para echar a andar los carros gringos?

El pasado febrero, los espectadores de la carrera Daytona 500, en Florida, recibieron banderas verdes a la entrada para que las agitaran durante la carrera, a manera de celebración porque los autos en competencia comenzarían a usar gasolina con un 15% de etanol a base de maíz.

Así comenzó una campaña televisiva que durará toda la temporada para promocionar las ventajas de los biocombustibles entre los norteamericanos.

Visto superficialmente, el autoproclamado “enverdecimiento de la Nascar” (Asociación Nacional de Carreras de Autos de Serie) es simplemente un ejercicio transparente (y, uno sospecha, desafortunado) de limpieza medioambiental para el deporte. Pero esta alianza entre un pasatiempo adorado por los estadounidenses y el lobby para los biocombustibles también marca el último intento por inclinar la opinión pública a favor de una política verdaderamente irresponsable.

Estados Unidos gasta unos 6.000 millones de dólares anuales en respaldo federal a la producción de etanol a través de créditos, aranceles y otros programas. Gracias a esta asistencia financiera, una sexta parte de la oferta de maíz del mundo se quema en autos norteamericanos. Es suficiente maíz para alimentar a 350 millones de personas durante un año entero.

El respaldo del gobierno al crecimiento de la producción de biocombustibles contribuyó a un desorden en la producción de alimentos. Como resultado de la política oficial de Estados Unidos y Europa, que incluye metas de producción agresivas, el biocombustible consumió más del 6.5% de la producción global de granos y el 8% del aceite vegetal del mundo en 2010, con respecto al 2% del suministro de granos y prácticamente ningún combustible vegetal en 2004.

Este año, después de una temporada de cosechas particularmente malas, vemos los resultados. Los precios globales de los alimentos son los más altos desde que la onu comenzó a llevar un registro en 1990, precisamente debido al aumento en el costo del maíz. A pesar de las medidas que se tomaron recientemente contra la desnutrición, las cifras de personas mal alimentadas superarán por varios millones a las que se habrían presentado en ausencia del respaldo oficial a los biocombustibles.

Ya habíamos pasado por esto. En 2007 y 2008, el rápido aumento de la producción de biocombustibles causó una crisis de alimentos que trajo consigo inestabilidad política y fomentó la desnutrición. Los países desarrollados no aprendieron la lección. Desde 2008, la producción de etanol aumentó el 33%.

Los biocombustibles inicialmente fueron defendidos por los activistas medioambientales como una solución inmediata contra el calentamiento global. Pero empezaron a cambiar de opinión cuando un grupo de investigadores demostró que los biocombustibles obtenidos a partir de la mayoría de los cultivos de alimentos no reducían significativamente las emisiones de gases de invernadero –y, en muchos casos, causaban la destrucción de bosques para abrir más terrenos cultivables, generando así más emisiones netas de dióxido de carbono que los combustibles fósiles–.

Algunos activistas verdes respaldaron los mandatos a favor de los biocombustibles, con la esperanza de que abrirían el camino para el etanol de próxima generación, que utilizaría plantas no alimenticias. Esto no sucedió.

Hoy, es difícil encontrar un solo ambientalista que siga respaldando la política. Hasta el ex vicepresidente de Estados Unidos y Premio Nobel, Al Gore –que alguna vez hizo alarde de haber emitido el voto decisivo para el respaldo del etanol–, dice que la política es “un error”. Ahora admite que la respaldó porque “tenía cierto afecto por los productores de maíz del estado de Iowa” –que, no por casualidad, fueron cruciales para su candidatura presidencial de 2000–.

Es reconfortante que Gore haya cambiado de opinión dada la evidencia. Pero existe una lección más amplia. Un coro de voces de izquierda y derecha se pronuncia en contra del respaldo gubernamental a los biocombustibles. El problema, como ha dicho Gore, es que “resulta difícil, una vez que se implementa un programa de esta naturaleza, lidiar con los grupos interesados que lo mantienen en pie”.

Los políticos no pueden frenar este tipo de comportamiento ávido de regalías. Pero pueden diseñar políticas bien pensadas que maximicen el bienestar social. Desafortunadamente, cuando logran hacer ver estas políticas como un freno al calentamiento global, como protección del medio ambiente o generación de “empleos verdes”, existe una tendencia a tomar decisiones apresuradas.

El respaldo del gobierno a los biocombustibles es solo un ejemplo de una política “verde” de reacción automática que crea oportunidades lucrativas para un grupo de empresas en defensa de sus propios intereses, pero que hace muy poco para ayudar al planeta. Consideremos el respaldo financiero que se les brindó a las empresas de energía renovable de primera generación. Alemania estuvo a la cabeza a la hora de instalar páneles solares, financiados por 75.000 millones de dólares en subsidios. ¿El resultado? Una tecnología solar ineficiente y poco competitiva instalada en los techos de un país que suele estar bastante nublado, que suplió un irrisorio 0.1% de la demanda total de energía de Alemania y que pospuso siete horas los efectos del calentamiento global en 2010.

Dadas las apuestas financieras, no sorprende que las empresas de energía alternativa, las firmas de inversión “verde” y los productores de biocombustibles estén respaldando fuertemente las peticiones de una mayor generosidad gubernamental, y que estén presentando su causa directamente ante la población, al resaltar sus supuestos beneficios para el medio ambiente, la seguridad energética y hasta el empleo –ninguno de los cuales resiste un escrutinio–. “El acuerdo con Nascar llevará el etanol estadounidense a la estratosfera”, declaró Tom Buis, máximo responsable ejecutivo de Growth Energy, la asociación de comercio de etanol.

Al menos la decisión de un grupo ya está tomada: los contendientes presidenciales. En Iowa, el posible candidato republicano Newt Gingrich se mofó de los “ataques de las grandes ciudades” por los subsidios al etanol. Y, en lo que debe ser música para los oídos de la industria, un funcionario de la administración Obama declaró que, incluso en medio de los precios más altos de los alimentos que el mundo haya visto hasta la fecha, “no existe ninguna razón para levantar el pie del acelerador” en cuanto a los biocombustibles.

En realidad, existen millones de razones –todas ellas sufriendo innecesariamente– por quienes se deberían aplicar los frenos.

Fuente: El Malpensante.com