martes, 21 de octubre de 2008

¿Se expande o se contrae la brecha?



Ahora que la situación financiera mundial está en declive es necesario seguir apuntando hacia el problema de fondo. Hacia la gran deuda que el capitalismo occidental no ha podido saldar. Hacia la gran incógnita que nos embarga a la hora de pensar sobre el destino que le espera a la humanidad cuando en nuestros días los grandes poderes centran su atención en disputas políticas banales cuyo trasfondo es meramente económico, hoy cuando en esa carrera frenética por alcanzar dominio a través de una concepción maximalista, nos llevamos de paso la posibilidad de desarrollo de las generaciones futuras. Hacia el caballito de batalla de la retórica política de nuestros líderes, hoy más abundante y asentada sobre el fundamento de un modelo neoliberal caracterizado por el individualismo y el materialismo, y abanderando una supuesta libertad de mercado inexistente (o por lo menos no perfectamente como lo suponen los postulados de las teorías que defienden el libre mercado), que ha demostrado ser incapaz de lograr sus supuestos objetivos en lo que socialmente se refiere. Nada más ni nada menos que hacia la esperanza de ver un mundo en donde las asimetrías en torno al factor riqueza, si no desaparezcan, por lo menos disminuyan. Hacia el flagelo de la desigualdad y la búsqueda de soluciones en pos del ideal de una humanidad más igualitaria.

El tema cada día es más citado, desde los claustros universitarios hasta en los foros, convenciones y cumbres entre naciones y organismos multilaterales. Cada vez se fijan metas más agresivas en torno a la disminución de la pobreza y la inclusión de las mayorías, que hoy se encuentran en niveles deplorables de calidad de vida, al desarrollo; pero lejos de poder alcanzarlas, el problema se acrecienta y seguimos asistiendo a la cada vez más marcada polarización de la población mundial en torno al ingreso, a la progresiva desaparición de los términos medios y a la acentuación de la clasificación entre ricos y pobres. Pero vale la pena preguntarnos el ¿Por qué? de esta situación, ¿Cuál es la razón de que la brecha entre los que tienen mucho y los que no tienen nada, lejos de contraerse, se expanda? La respuesta no es fácil, pero si es lógica. Es un problema de fondo, de principios.

Sale inmediatamente a relucir la formula, I + M = D, es decir, individualismo mas maximalismo igual a desigualdad, todo ello al amparo de una concepción económica que favorece la concentración antes que a la distribución, al deseo antes que a la necesidad y a la explotación del hombre por el hombre. Una concepción, hoy generalizada, que considera al capital como el más preciado de los dones de la humanidad, principal arma de poder y, desafortunadamente, mecanismo de opresión.

El individualismo, visto desde la óptica de que los intereses propios están por encima de los ajenos, hace mella desde el plano persona contra persona, como en el de nación contra nación (y lógicamente pasando por el de organización contra organización) favoreciendo a aquellos que ostentan el control de los medios tradicionales de producción, la tecnología, la fuerza militar, y, por ende, la mayor capacidad de influir o sobornar estamentos políticos y económicos en aras de su codicia. El maximalismo, el deseo egoísta de maximización sin limites de todo lo que represente riqueza y beneficio, y hermano siamés del individualismo, se vio favorecido desde los tiempos de la revolución industrial y la aparición de la administración científica y los principios generales de administración propuestos por Taylor y Fayol respectivamente, y en los actuales momentos constituye uno de los ejes conductores y pilares fundamentales de la estructura académica ( y si se puede llamar ideológica) que sustenta el pensamiento administrativo y la gestión empresarial occidental. Estos elementos unidos han contribuido, mediante la aplicación de los principios y teorías que los sustentan, a que en las economías de las mal llamadas naciones tercermundistas, se muestren supuestos incrementos en los niveles de crecimiento económico pero a la vez, la prevalencia (o también el incremento) de los niveles de pobreza y sus más puntuales caracterizadores; es decir, el hecho de obtener incrementos en el PIB no compensa o contribuye efectivamente en la eliminación de aquella (representada generalmente por las mayorías mas vulnerables), lo que genera una concentración de esa riqueza (la no distribución o la no inversión social que corresponde) en pocas manos (generalmente en las altas esferas de poder representadas tanto por organismos privados como públicos) dando paso a que se acentúen cada vez más las desigualdades, y por ende, grandes desequilibrios en la estabilidad social de dichas naciones.

A todas estas, es bueno considerar tres puntos, entre los muchos que hay, citados por el profesor Omar Aktouf en su libro “la estrategia del avestruz racional”, que prevalecen dentro del orden económico actual y que sirven de soporte a lo aquí expuesto:

Que el recorte en la inversión social es todo lo que se quiera, menos una nueva forma de exigencia singularmente bárbara en este período de pauperización generalizada. Al contrario, debe ayudar al sostenimiento de los beneficios privados y a la protección de los intereses del gran capital privado, siempre en detrimento, de contribuir con el más necesitado.
Que el conjunto de lo que constituye el planeta viviente o no (o el mismo cosmos), no es más que un gran conjunto de “stocks”, puesto a disposición de empresarios, creadores del dinero, quienes no hacen más que servirse de él, sin retención ni limites. Es así como se habla oficial y doctamente de “stock de petróleo”, “stocks forestales”, y en general, de “stocks de mano de obra”.
Que el acaparamiento de las riquezas por una minoría es confundida con la producción de las riquezas para todos. Por ejemplo: el 10% de los americanos posee el 90% de las riquezas de los Estados Unidos, el 5% de los franceses posee el 40% de la riqueza francesa, el 20% de los habitantes del planeta se abastece del 83% de lo que el mismo planeta produce, el 1% de los americanos posee el 75% de las acciones de todas las empresas de toda América.


La globalización tal como está planteada no logrará una significativa inclusión de esas mayorías al desarrollo. Para ello necesita ser reformada desde sus cimientos, necesita ser redefinida, de lo contrario todo continuará igual y las distancias, lejos de acortarse, se incrementaran. No solo se deben cambiar las modalidades y formulas, sino los fundamentos, las bases claves de las relaciones entre capital, el trabajo y la naturaleza. El salto es ahora, y más aún cuando existen pruebas fehacientes de que la intervención desmedida del hombre está causando modificaciones en el ambiente que ponen en riesgo su propia supervivencia.

Nelson Vásquez Castellar
www.elobservadorm.blogspot.com

jueves, 9 de octubre de 2008

Crecimiento económico Versus Desarrollo sostenible


No es fácil abordar un tema tan amplio y tan complejo como es el Desarrollo sostenible, dado el gran número de variables que entran en juego, la problemática que alrededor de este se genera y la discusión que sobre ello se plantea a nivel orbital; pero es precisamente, gracias a esa misma dificultad, que se hace un tema interesante y mucho más cuando nos percatamos del gran significado que encierra en nuestros días, especialmente cuando lo abordamos a la luz de la gran bandera del capitalismo y del mundo industrializado: El crecimiento económico.

El término Desarrollo sostenible hace referencia al manejo o utilización racional y consciente de los recursos naturales con el objetivo de preservarlos para beneficio propio y de las generaciones futuras, tal como lo deja ver la comisión de medio ambiente y desarrollo de las naciones unidas a través del informe Brundtland y según el principio III de la declaración de Río, aún vigentes: “Un desarrollo que satisfaga las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Pero del trasfondo de esta definición vale la pena sacar a la luz, que aunque a primera vista el término resalte una clara preocupación por el medio ambiente, no responde a temas únicamente ambientales, sino que amplía la visión mucho más allá de este campo y la sitúa en la viabilidad de la vida misma sobre la faz del planeta, bajo condiciones lógicas de estabilidad social que abarquen a las mayorías, y de manejo óptimo de recursos naturales como condición indispensable de equilibrio y mantenimiento de condiciones dignas de desarrollo humano.

Situándonos en este esquema teórico podemos llegar a la conclusión de que el objetivo y fin último hacia donde deben confluir los esfuerzos de los actores políticos, económicos, sociales y ambientales es hacia la consecución de condiciones que posibiliten el acceso masivo de la población mundial al desarrollo, no solamente de forma sostenible, sino, además, continuable. Pero lamentablemente en nuestros días los intereses van hacia otro camino que, además de ser contrario, es egoísta e implacable: la riqueza económica a costa de nuestra propia estabilidad y subsistencia.

Y aquí hago alusión a lo expuesto por el ambientalista Bill Mckibben cuando dice: “Juzgamos casi cualquier respuesta a partir de la siguiente pregunta: ¿esto hará que la economía crezca? Si la respuesta es afirmativa, la aceptamos, ya se trate de la globalización, la agricultura a gran escala o la explosión suburbana.”. Los acontecimientos actuales, las desigualdades económicas y los desequilibrios ambientales y sociales así lo confirman:

Cada día toma más fuerza, ante la desaprobación de muchos, el fundamento científico que asocia el aumento de la intensidad y frecuencia de los fenómenos naturales violentos con el efecto producido por las prácticas industriales desarrolladas por el hombre en la elevación progresiva de la temperatura promedio del planeta, así lo detalla Kerry Emanuel, profesor del instituto Tecnológico de Massachussets, en un artículo publicado unas semanas antes de que el huracán Katrina azotara al Golfo de México, y en el cual demostró que la duración y fuerza de los huracanes habían aumentado de manera lenta, pero constante, en el transcurso de una generación. Sin embargo, los esfuerzos que se hacen por frenar nuestro frenético rumbo hacia un cambio climático de connotaciones severas no son suficientes y requieren de mayor voluntad de aquellos actores que se sirven de la producción masiva de elementos nocivos para el equilibrio del clima; situación que se palpa ante la negativa de algunas potencias industriales por firmar el protocolo de Kyoto, que compromete a un grupo de países catalogados como los más industrializados a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, por razones, como ya sabemos, eminentemente económicas.

Y es que la situación es alarmante, según el científico británico James Lovelock, Inventor del instrumento que detecta el desgaste de la capa de ozono, ya hemos liberado demasiado dióxido de carbono hacia la atmósfera, y predice que es inevitable un calentamiento global extremo e irreversible. A esta voz se le suma la del climatólogo de la NASA, James Hansen, quien dice que no se puede permitir que la tendencia del cambio del clima se mantenga así otros 10 años, de hacerlo, con el tiempo la acumulación de emisiones de dióxido de carbono provocará tales cambios que darán como resultado un planeta prácticamente diferente.

En estas instancias, vale la pena preguntarse: ¿será que es posible un desarrollo sostenible cuando atentamos contra nuestra propia supervivencia?¿hasta donde el capitalismo voraz puesto en práctica por algunas economías desarrolladas, seguirá relegando al ideal noble de trabajar en equipo por un cambio posible que involucre a todos?¿es el fin el crecimiento económico o lo es el desarrollo humano?¿acaso el desarrollo sostenible y continuable no involucra, además de lo económico, a las esferas social y ambiental?¿será posible en las condiciones actuales?.

Pero la cosa no para allí. Más allá de lo que sucede a nivel ambiental, climático y atmosférico es necesario tener en cuenta lo que a nivel social acontece. A diario nos espantamos de las crisis diplomáticas entre naciones y las consecuentes guerras en que desbordan, muchas de las cuales si las analizamos detalladamente, tienen, también, un trasfondo económico; y no sólo en la actualidad, sino que a lo largo de la historia esta ha sido la constante. Y mientras el tiempo avanza, la discusión sobre los mejores mecanismos para llegar a un nivel de desarrollo que posibilite la consecución de una vida digna para el ser humano se estanca y se desvía ante la mirada pesimista de millones de personas que sufren los estragos de las malas decisiones de las esferas de poder de nuestro planeta.


El desafío sigue en pie a pesar de todo. Y es un desafío que tenemos que afrontar todos, pero quiero resaltar la labor que tienen que desarrollar aquellos que están involucrados con los sectores empresariales industriales, especialmente los que toman decisiones: Gerentes y empresarios. De ellos depende, en parte, que se revierta un poco la tendencia nefasta que llevamos hacia el futuro. Es necesario echar mano de la contribución activa y voluntaria de las empresas hacia la sostenibilidad, en pocas palabras de la RSC, la responsabilidad social corporativa o empresarial y sus cinco pilares fundamentales: Calidad de vida laboral, Medio ambiente, Comunidad, Marketing y comercialización responsable, y Ética empresarial.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Desarrollo y Cambio climático


Del cuarto informe de evaluación presentado por el panel intergubernamental sobre cambio climático (IPCC por sus siglas en inglés) el año pasado, se puede extractar un gran cúmulo de información valiosa a la hora de establecer políticas responsables para mitigar los efectos que sobre la estabilidad social, política y económica global pueda tener el progresivo cambio de las principales variables climatológicas que se ha constatado hasta nuestros días y que se proyecta a futuro con resultados no muy halagadores.

Según el IPCC, si se mantienen las emisiones de gases de efecto invernadero al ritmo actual o a uno superior causarían un calentamiento mayor o inducirían muchos cambios en el sistema climático mundial durante el siglo XXI, que muy probablemente superarían a los observados durante el siglo XX. Esto de hecho es alarmante si se tiene en cuenta que las concentraciones de Dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero en la atmósfera mundial, ha pasado de un valor preindustrial de aproximadamente 280 ppm (Partes por millón) a 379 ppm en 2005 y su ritmo anual de crecimiento ha sido mayor durante los últimos 10 años; además las emisiones anuales de carbono fósil en vez de reducirse, aumentan. De una media de 6.4 gigatoneladas de carbono (Gtc) emitidas por año en los noventa se pasó a 7.2 Gtc por año en el periodo 2000 – 2005; y si a esto se le suma que once de los últimos trece años (1995 – 2007) se encuentran entre los doce años mas calurosos de los registros instrumentales de la temperatura global en superficie, podríamos llegar si seguimos por el mismo rumbo, a un punto tan critico en materia de desastres, perdidas de vidas y migraciones, al que nunca antes en la historia hemos llegado.

El cambio climático debe ser tema principal en la agenda de gobierno de todo estado; pues, mas allá de tratarse de un tema meramente científico, es un tema social que afecta las esferas política y económica de toda nación.

Ningún conflicto armado ha causado niveles tan altos de desplazamiento forzado de la población como el que se podría generar si se cumplen las predicciones del IPCC sobre el aumento del nivel de los océanos producto del deshielo de los polos y el incremento paulatino de la temperatura media del planeta. A medida que se vaya configurando ese escenario los pobladores de ciudades de gran importancia como New York, Londres, Miami o Cartagena, por citar solo unas, se verían forzados a desplazarse a lugares de mayor altitud, lo que consumiría grandes esfuerzos en materia de planeación para la reubicación de la población, además de perdidas económicas de gran magnitud dada la importancia mercantil de las ciudades costeras.

De acuerdo al informe, es muy probable que los fenómenos de calor extremo, olas de calor y fuertes precipitaciones continúen volviéndose mas frecuentes, como también, sobre la base de una gama de modelos, es probable que los ciclones tropicales (huracanes y tifones) futuros sean mas intensos con vientos de mayores velocidades. Información que debe dar luces para generar programas de prevención y mitigacion de impactos en las esferas sociales más vulnerables, sobre todo en países con bajos niveles de desarrollo y mayor exposición geográfica a los fenómenos citados. Es necesario movilizar esfuerzos y recursos en pro de esta iniciativa con cooperación política a nivel internacional. Ninguna guerra ha dejado tantas victimas como las que pueden dejar a futuro los fenómenos violentos proyectados si no se toman medidas coherentes desde ahora para desestimular los cambios esperados.

El cambio climático, con todos sus efectos, es la gran amenaza de este siglo más allá de posibles guerras o el terrorismo. Todavía nos queda en la memoria la devastación causada por los huracanes Katrina, en los estados de Louisiana, Misissipi y parte de Texas en los Estados Unidos, y Wilma en la península de Yucatán y países centro americanos aledaños. En días recientes nuevamente la naturaleza nos volvió a dar muestras de su poder destructivo con los huracanes Ike y Gustav, lo cuales irrumpieron con toda su fortaleza en las islas caribeñas de Cuba y Haití dejando a su paso, en esta ultima, muertes, inundaciones, destrozos materiales, hambre y miseria; terreno abonado para la proliferación de enfermedades y la desestabilización social, un panorama que es extensivo a la cuenca del Indico, parte del sudeste asiático y Australia donde fenómenos de similares características dejan el mismo cuadro de desolación y destrucción. Según estudios realizados, en la intensidad de estos fenómenos incide en gran medida el efecto del calentamiento progresivo del planeta.


No tomar las medidas pertinentes hoy para, por lo menos, desacelerar el cambio climático es condenarnos y condenar a generaciones venideras a un futuro incierto, es condenarnos a la extinción y a la desesperanza, es condenar a millones de personas al subdesarrollo.

El cambio climático atenta contra el desarrollo. ¿Que hacemos alimentándolo?

El reto del cambio climático


Todavía la gran mayoría de la población mundial no alcanza a comprender el gran desafío que representa para esta y las generaciones futuras el hecho de que progresivamente se incremente la temperatura media del planeta. Todavía no se dimensionan, excepto para algunos entendidos y organizaciones que dejan oír su voz de alerta, los alcances e impactos de un cambio climático como el que se está gestando, en el modo de vida, las costumbres y la estabilidad económica y social de las diferentes culturas y naciones que hoy subsisten. Todavía no lo comprendemos porque aún no hay conciencia acerca de nuestra responsabilidad en el actual panorama climático y en el inminente cambio venidero.

El cambio climático proyectado es producto del creciente calentamiento global, que a la vez encuentra su origen en el incremento de la temperatura media del planeta como consecuencia, principalmente, de la emisión descontrolada de gases como el Dióxido de carbono (CO2), Metano (CH4), Oxido nitroso (N2O) hidrofluorocarbonos (HFC) y Clorofluorocarbonos (CFC), que crean un efecto invernadero impidiendo el normal equilibrio radiactivo entre la tierra y la atmósfera. Estos se alojan en las partes bajas de nuestra envoltura gaseosa creando el efecto de una tapadera que obstruye la radiación terrestre hacia el exterior pero que es transparente a la radiación solar. El reto está en, por lo menos, disminuir considerablemente la emisión de estos compuestos y encontrar otros tipos de energías que puedan sustituir en un tiempo no superior a 20 años, las derivadas de los combustibles fósiles que son la fuente principal de gases de invernadero.

A medida que el tiempo pasa y no se logran consensos acerca de las medidas y estrategias a adoptar para hacerle frente a este desafío, se sigue poniendo en riesgo de manera prolongada, la supervivencia de muchas especies de la flora y de la fauna; así como la del hombre mismo, si se tiene en cuenta que las posibles consecuencias que se pueden desatar por el progresivo calentamiento, tales como el deshielo de los polos, el aumento significativo del nivel de los océanos, sequías mas extensivas y duraderas, incremento de fenómenos naturales violentos, aumento de lluvias torrenciales, entre otras, repercute directamente en los modos de vida, hábitat y medios de subsistencia de millones de personas ubicadas en zonas de alto riesgo. Aún así, y a pesar de los creíbles estudios que han abordado el tema y han puesto en evidencia las implicaciones que conlleva el persistir en las actuales practicas industriales y de desarrollo económico basado en la explotación del carbono y sus derivados, no ha sido posible que los gobernantes de las principales potencias industriales del planeta adopten medidas agresivas y coherentes con el objetivo de reducir a niveles significativos las emisiones de los señalados gases, que vayan más allá de lo contemplado en el protocolo de Kyoto. La velocidad del cambio es tal que los objetivos planteados en dicho protocolo resultan irrelevantes.

Desarrollar fuentes alternativas de energía y hacerlas extensivas a nivel global puede ser una solución a largo plazo, pero esta puede ser tardía o insuficiente si primero no se atiende el problema concientizando a cada persona, desde gobernantes hasta habitantes del común, sobre la necesidad de incurrir en prácticas que desestimulen el aumento de las concentraciones de gases de invernadero en la atmósfera. Para ello se requiere mayor voluntad, compromiso y la determinación de mirar el desastre a la cara, aceptar la culpabilidad y enfrentarlo con medidas practicas.

El reto no es fácil si se observa que aproximadamente el 90% de la energía producida en el mundo se obtiene a través de la explotación del carbono, especialmente el alojado en los combustibles fósiles; caldo de cultivo del CO2 atmosférico. La sustitución tendría que ser paulatina, lo que conllevaría décadas si se encontrara un sustituto apropiado y si se tomara la decisión de hacerlo. El nivel actual de este gas es de 379 partes por millón (ppm) y según las predicciones, al ritmo que vamos antes de terminar este siglo podríamos estar alrededor de 800 ppm, nivel suficiente para asistir a la degradación de la pluviselva amazónica.

A todas estas, la insuficiencia que representan las medidas adoptadas en el protocolo de Kyoto, subyace una gran pregunta: ¿Qué opciones recomendáis para sustituirlo y como lograr un gran acuerdo internacional para dicha alternativa? Al día de hoy no existen respuestas. El protocolo de Kyoto es el único tratado internacional para combatir el cambio climático. ¡Que consuelo!

Ni un grado más


El calentamiento global no está fuera de control, pero al ritmo que va, alimentado por la emisión descontrolada de gases de efecto invernadero y la deforestación indiscriminada de zonas amplias de pluviselvas y bosques, puede estarlo. Cada grado es crítico, y para este siglo existe la posibilidad de un aumento entre 1 y 6 grados Celsius.

Una evaluación mundial de datos a partir de 1970 muestra que es posible que el calentamiento antropogénico ya haya tenido una influencia perceptible sobre muchos sistemas físicos y biológicos. Con cada grado que aumente la temperatura media del planeta nos espera un futuro radicalmente diferente.

Con un grado más…

El Ártico no tendrá hielo la mitad del año. Se abriría el legendario paso noroeste para los barcos.

Miles de casas en la bahía de Bengala se inundarían.

Los huracanes estarían comenzando a golpear el sur del Atlántico. Dentro de sus trayectorias se incluirían las costas norte y noreste suramericana.

Severas sequías harían presencia al oeste de los Estados Unidos, causando escasez de alimentos como granos, cereales y carnes. Una zona hiperárida podría emerger al oeste de Nebraska.

Muchas especies, tanto de la flora como de la fauna, no podrían sobrevivir.

Al ritmo actual en cuatro décadas los glaciares del Himalaya pueden desaparecer, en cincuenta años el derretimiento de Groenlandia podría se inevitable, al final del siglo el Amazonas no sería más que una sabana árida y Australia pasaría de ser el continente más seco del mundo a una simple masa árida de tierra. El calentamiento cambia el modo de funcionamiento de la tierra y si no se toman medidas para mitigarlo es muy probable que sigan en curso los procesos para que se desencadenen los escenarios expuestos en las anteriores líneas.

Un escenario adecuado conllevaría necesariamente empezar a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a niveles considerables. Superiores a los estipulados en el protocolo de Kyoto.

Con las políticas actuales de mitigacion del cambio climático y las prácticas relacionadas de desarrollo sostenible, las emisiones mundiales de GEI continuarán en aumento en las próximas décadas. Urge un cambio de dirección. Un grado más puede ser nefasto.