Tímidas o amenazantes, altas o bajas,
grandes o pequeñas, las hay para todos los gustos. Hacen parte de la vida
cotidiana aun cuando pueden pasar desapercibidas al sistema sensorial humano
por lapsos breves, e incluso largos, de tiempo. A ratos se admira su belleza, se
plasman en pinturas y canciones, se les contempla o se les teme. Pero mucho más,
con demasiada frecuencia, se omite su valor vital.
Las nubes, esa importante interfaz en
el ciclo hidrológico terrestre, esa aglomeración de partículas acuosas sólidas
y líquidas, representan mucho más de lo que se tiene, por lo general, en
consideración. Su función en el equilibrio climático planetario va más allá de
la generación de precipitación en cualquiera de sus variadas formas, ya sea
lluvia, llovizna, chubascos, granizo, nieve, etc., y de los ingentes beneficios
que suponen estos fenómenos meteorológicos para la biodiversidad y su
subsistencia. Las nubes también son importantes por su función en el balance térmico
del planeta dado su papel como reflectantes y absorbentes de la radiación solar
y terrestre. Son importantes en la transferencia de energía térmica en forma de
calor latente y humedad a nivel atmosférico tanto vertical como
horizontalmente. Son fundamentales en la circulación atmosférica a nivel
general como regional y local mediante su capacidad de liberación de calor
latente en su proceso formativo. Pero además, a través de sus mecanismos de
formación, permiten la remoción constante de partículas atmosféricas que pueden
ser perjudiciales para el desarrollo normal de actividades y salud humanas.
Al verlas se subestima su valor, la
fascinación por su apariencia física supera la apreciación funcional que su
papel delata. Solo en momentos y épocas cuando el voraz apetito térmico de la atmósfera
permite su crecimiento desmesurado para luego ensañarse contra la superficie de
manera violenta, entonces, ahí, en ese preciso instante, captan el nivel de
atención que un actor de su talante merece. La puesta en escena es completa, la
acompañan truenos y rayos, precipitaciones intensas, continuas e intermitentes.
Un enfriamiento repentino invade el entorno, el viento arrecia de manera errática,
la luminosidad del sol se opaca y, entre veces, un estruendo inicial hace las
veces de toque de campana para que la fiesta comience. He aquí que el cumulonimbus
ha dicho presente.
Sus variadas formas dan una señal,
cada estado del tiempo conlleva una combinación particular y única de su
tipología. Inestabilidad o estabilidad, convección o advección, posibilidades
de precipitaciones o presagio de tiempo seco, agua o cristales de hielo ¿Cuáles
son las características asociadas a los diferentes tipos de nubes? ¿Qué nos
quieren comunicar con su presencia? He aquí dos preguntas que requieren una acertada
respuesta. Identificarlas y conocer sus comportamientos y condiciones de
formación son terreno abonado para análisis de mayor calado. Su omnipresencia
evidencia su importancia en el derrotero climático del planeta, es inimaginable
la vida sin nubes.
Los estudios actuales sobre el progresivo
calentamiento del planeta intentan cuantificar su papel en la contribución u
oposición a dicho fenómeno pero los resultados no son claros; se conocen los
mecanismos por medio de los cuales intervienen en el balance térmico y en otros
procesos atmosféricos, pero cuantificar su incidencia en el calentamiento global
es una tarea pendiente sobre la cual se tendrá que trabajar. A futuro es uno de
los temas de estudio prioritarios; pues, en un escenario más cálido se asume
una mayor cantidad de vapor de agua en la atmósfera disponible para la formación
de nubes y el papel que jueguen estas, como hasta ahora, seguirá siendo determinante.
Su importancia no admite dudas,
acompañan el día a día de la existencia humana aportando beneficios para su
subsistencia, muchas veces calladas, pasando de incognito; entre veces haciéndose
sentir más allá de lo soportable, pero siempre en pos de una tarea regulatoria,
de balance.
Que las nubes sigan danzando en el
agitado mar de aire atmosférico.
Nelson Vásquez Castellar
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