sábado, 24 de enero de 2009

Hacia un cambio de pensamiento: un cambio de desarrollo


Aunque débil, el clamor es perceptible. Millones de personas, las más desventuradas por la pobreza y aquellos que intentan con gran esfuerzo salir de ella, piden un cambio de perspectivas, piden inclusión, piden ser tenidas en cuenta, piden no ser victimas del desperdicio, la irresponsabilidad y las ineficiencias del primer mundo. Quizá nuestro planeta pide lo mismo.

Durante millones de años la tierra ha estado sometida al ir y venir de efectos climáticos severos, catastróficos y tal vez forjadores de lo que hoy conocemos. Desde el Eón hádense (el primero desde la formación de la tierra) hasta hoy, el cambio climático ha estado presente, es inherente al desarrollo del planeta; negarlo es oponerse a la realidad. Sin embargo, la situación actual tiene una connotación especial, única si ahondamos en la historia: la incidencia del hombre como colectividad en la tendencia hacia un estado climático con características radicalmente diferentes.

No cabe duda, pues existen evidencias que lo corroboran, que durante todo el período cuaternario (hace 1.800.000 años a hoy) no se registraban niveles tan altos de Dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, así como de otros gases que potencian el efecto invernadero como en la actualidad; producto, principalmente del consumo creciente y desmesurado de combustibles fósiles como base fundamental de aprovechamiento energético, desde el hogar hasta la industria. Un mecanismo de aprovechamiento que impulsó desde la edad temprana de la revolución industrial el desarrollo del hombre y su nivel de vida en forma creciente, aunque desigual; pero que ha demostrado no ser sostenible, dada su evidente repercusión en la aceleración hacia un posible cambio climático que desafía la capacidad de los seres vivos para subsistir.

Y el problema no solamente redunda en el consumo de petróleo, carbón o gas, principales derivados de la materia fósil, sino de igual forma, en la ineficiencia con que han sido utilizados y el consecuente desperdicio, tanto industrial como doméstico. Se podría decir que el alto nivel de desarrollo alcanzado por el hombre es equivalente al gran volumen de acumulación de basuras del planeta. Es decir, un desarrollo que se sustenta en el desperdicio.

¿Por qué en el desperdicio?

Crutzen, premio Nóbel de química en 1995, propuso bautizar la época desde la revolución industrial como la del rendimiento antropóceno; es decir, ya no estaríamos en el holoceno, sino en una época caracterizada por un hombre que ha pasado a ser parte activa de la transformación del sistema Tierra en todos los aspectos, tanto para bien como para mal. Un hombre que halló en el carbono fósil una fuente inimaginable de energía para movilizar a la humanidad hacia un mejor desarrollo; un desarrollo que a la larga se ha sustentado en la visión del planeta como un stock inagotable de recursos, almacenado para satisfacer a sus anchas no solo las necesidades, sino sus deseos y en gran proporción sus excentricidades, sus caprichos y vanidad.

Con el consumo masivo y desproporcionado de los recursos se ha dado paso a la acumulación creciente de elementos sobrantes que en cierta medida impactan el ambiente modificándolo físicoquímicamente, y cuyo valor en la dinámica económica actual es irrisorio: Los residuos. Ya sean estos sólidos, líquidos o gaseosos.

Son precisamente esos residuos, originados por el desperdicio, los causantes de la contaminación de ríos y mares, y sus consecuentes implicaciones tanto para la vida acuática como humana; de la contaminación de suelos, de la proliferación de enfermedades; y por supuesto de la contaminación atmosférica. O ¿acaso no es en gran proporción el dióxido de carbono presente en la atmósfera en estos momentos producto de las emisiones industriales? ¿No constituye el aumento progresivo de ese CO2 un buen potenciador del efecto invernadero? ¿No se atribuye a ese efecto invernadero, en gran medida, el aumento gradual de la temperatura media del planeta?

La ineficiencia y el desperdicio marcan esta civilización tanto como la desigualdad. Sorprende que en apenas siglo y medio el 25% de la humanidad ha generado un agotamiento injustificado de los recursos y ha proporcionado al ambiente una incuantificable cantidad de desechos que atentan contra la vida de aquellos que poco contribuyen al problema, e incluso de si mismos, aunque en menor medida. Pues es la población de los países no desarrollados la que sufre los efectos de la derrochadora forma de vida de los industrializados; sobretodos aquellos pobladores de las zonas más deprimidas, por la carencia de medios económicos y financieros para contrarrestar las posibles manifestaciones de un cambio climático que puede ser severo a largo plazo.

Afrontar ese posible cambio climático requiere primero un cambio de pensamiento, un resurgir de la conciencia y los valores fundamentales, un cambio de desarrollo, un cambio de método. Requiere del compromiso de los principales contaminadores de reducir y racionalizar el consumo, así como de solidaridad con los que poco o nada aportan al problema.

Si existe algo positivo en torno al cambio climático es que este pondrá a prueba no solo la capacidad de los seres vivos para mantenerse, sino también la capacidad de unirnos en torno a un objetivo común, en torno a la lucha contra un problema que nos afecta a todos.



Nelson Vásquez Castellar

martes, 6 de enero de 2009

Puntos de inflexión: III La liberación del metano del fondo marino


Es ampliamente difundida, y además conocida, la verdad acerca de la incidencia de ciertos gases, emitidos a la atmósfera producto de actividades desarrolladas por el hombre, en la potencialización e incremento del efecto invernadero, que en forma natural permite la existencia de condiciones climáticas aptas para la vida. Dentro de esa gama de gases, quizá, el de mayor incidencia en los actuales momentos, dado su gran volumen de emisión y su capacidad de permanencia en el aire, es el Dióxido de carbono (CO2). Este ha pasado de una concentración en la atmósfera de 280 ppm (partes por millón)*, en la época preindustrial, a 380 ppm en la actualidad, lo que, desde luego, es impresionante si se tiene en cuenta que este margen de variación supera el de los últimos 650.000 años por causas naturales.

Sin embargo, se mira con preocupación el repunte de las emisiones de metano (CH4), un gas veinte veces más potente que el Dióxido de carbono desde el punto de vista del calentamiento, cuya concentración en la atmósfera ha pasado de un valor aproximado de 715 ppb (partes por billón) en la época preindustrial a 1.775 ppb en 2005, según lo demuestran los testigos de hielo. Sus fuentes de emisión son muy variadas pero su destrucción es rápida en comparación con el CO2, de tal manera que la vida media del CH4 atmosférico es de 12 años. La agricultura, la ganadería y la quema de vegetación son las principales fuentes humanas productoras de este gas.

Pero lo más inquietante, sin lugar a dudas, en lo relativo al CH4, es la gran cantidad alojada en el fondo marino y su posible liberación a causa del calentamiento de las aguas de los océanos y la disminución de la presión que estas ejercen sobre su gran depósito. Este posible evento es considerado científicamente como un punto más de inflexión o de no retorno en la lucha contra el acelerado Cambio climático que nos acosa.

Durante mucho tiempo se pensó que la vida en el mar era casi nula más allá de donde era posible la penetración de la luz, de tal manera que el descubrimiento de una gran microbiología submarina ha transformado este conocimiento de manera radical. Según el profesor Bo Barker Jorgensen, del Instituto de Biología Marina Max Planck de Bremen, “una de las consecuencias más destacadas de este cambio de perspectiva es que el fondo marino se comporta como un biorreactor anaeróbico gigante en el que se producen enormes cantidades de metano”. Allí los microorganismos se alimentan de materia viva proveniente de la superficie que se ha acumulado a lo largo de miles de años en un sustrato de hasta varias centenas de metros.

Se ha descubierto que el 90% del metano oceánico se degrada por procesos microbiológicos tan pronto como se produce. En palabras de Bo Jorgensen “la existencia de esta barrera natural antimetano es capital en la regulación del clima a escala de todo el planeta”.

Además de esta barrera microbiológica -que de faltar, la desregulación climática a nivel planetario sería absoluta- se ha descubierto la presencia de Clatratos o Hidratos de metano en gran extensión en el fondo de los océanos. Estos compuestos, cuya estructura es similar a los cristales de hielo, contienen una gran cantidad de gas comprimido a alta presión, motivo por el cual se mantienen en estado sólido en las bajas temperaturas de las profundidades marinas. Se calcula que hay entre 10.000 y 42.000 billones de metros cúbicos de este material dispersos en dichos lugares.

La disociación de estas estructuras y el debilitamiento de la mencionada barrera microbiológica son efectos que podrían desatar una descomunal emisión de este gas a la atmósfera con consecuencias desagradables para el funcionamiento normal del planeta y para la vida que en el habita. Un volumen de clatratos libera unos 170 volúmenes de gas natural cuando se disocia. Si la presión que ejerce el agua sobre los clatratos disminuyera o la temperatura de los océanos se incrementara, la idea de tal disociación sería posible. Además, hay que tener en cuenta que este proceso es un circuito de retroalimentación positiva: mientras más aumenta la temperatura mas cerca estamos de que esto ocurra; y a la vez, si llegara a ocurrir, se habrá pasado el umbral de temperatura en donde aún sería posible el retorno.

Al ritmo actual de calentamiento no se descarta que este fenómeno ocurra; el tiempo exacto en que se pueda dar es una incógnita. Tal como lo señala el IPCC en su último informe, el calentamiento del sistema climático es inequívoco, como lo evidencian ahora las observaciones de los incrementos en las temperaturas medias del aire y los océanos, el derretimiento generalizado del hielo y la nieve, y la elevación del nivel medio del mar en el mundo. Sigue estando en nuestras manos hacer algo para detenerlo.

* ppm (partes por millón). Es la relación entre el número de moléculas de gas de efecto invernadero con el número total de moléculas de aire seco. Por ejemplo, 380 ppm quiere decir, 300 moléculas de gas de efecto invernadero por un millón de moléculas de aire seco.



Fuentes: Revista de la investigación europea.
El clima está en nuestras manos. Tim Flannery



Nelson Vásquez Castellar

viernes, 2 de enero de 2009

Puntos de inflexión: II La desaceleración o interrupción de la corriente del golfo


Cuando hablamos de Cambio climático el pensamiento que nos asalta de manera general es el de un planeta más caliente debido al incremento de la temperatura media global y, tal vez, esto lo asociamos a otro tipo de efectos que se puedan derivar de aquello. Y, lógicamente, así es. Efectivamente el cambio climático del que somos testigos en nuestros días se sustenta en un incremento térmico impulsado, en gran medida, por causas antropógenicas. Pero a la hora de cuantificar los posibles impactos que este fenómeno tendría en el normal funcionamiento del sistema tierra y en el modo de vida de la población que lo habita, quizá nos quedamos cortos. Todavía no existen certezas absolutas sobre muchos efectos consecuentes.

Un tema que trasnocha a los principales centros de investigación del clima, y que además es motivo de controversia entre científicos, es la posible desaceleración o interrupción de la corriente del golfo. Uno de los llamados puntos de inflexión en la lucha contra el cambio climático.

Y aunque la interrupción de este sistema de transporte oceánico se estima como un hecho extremo, remoto y poco probable, su desaceleración parece no tener retroceso, incluso podría ya estar en curso. Los datos obtenidos a través de estudios realizados por diferentes organizaciones dan cuenta del impacto que el deshielo del Ártico y de Groenlandia puede tener sobre su velocidad y su flujo de agua característicos.

Los océanos tienen una influencia marcada en la determinación climática zonal, sus características físicas ofrecen la posibilidad de regulación térmica gracias a su gradual absorción y liberación de calor, y en gran medida a la circulación de sus aguas a través de la conocida cinta transportadora oceánica o circulación termohalina. La corriente del Golfo hace parte de ese gran sistema circulatorio oceánico, se origina como una fuerte y cálida corriente en el Golfo de México, debido a que allí emergen otras tres corrientes: las de Florida, Cuba y Ecuatorial del norte. La corriente del Golfo es de una importancia vital para los países de la costa del Atlántico, es la corriente oceánica más rápida del mundo, el volumen de agua que compone su flujo es formidable. En total su flujo medio es de 100 sverdrups, que es 100 veces más grande que el del rio Amazonas (las corrientes oceánicas se miden en sverdrups, un sverdrups es el flujo de un millón de metros cúbicos de agua por segundo y kilómetro cuadrado). Después de dejar Florida la corriente alcanza entre 80 y 150 kilómetros de anchura y entre 800 y 1200 metros de profundidad. La temperatura de sus aguas superficiales alcanza entre 30 y 35 grados, con una velocidad de entre 1.2 y 2.7 m/s.

Su importancia estriba en el gran aporte de calor que hace a Europa occidental y que contribuye de manera apreciable en el clima templado de esta zona. En su tramo norte la corriente del Golfo tiene una temperatura mucho mayor que las aguas que la rodean con diferencias de hasta 8 grados Celsius, su aporte de calor en la zona norte del Atlántico equivale al que generaría un tercio más de luz solar sobre el continente. Pero esto podría estar cambiando.

¿Cuál es la amenaza real para que las características de este flujo puedan cambiar?

El científico norteamericano Wally Broecker fue el primero en dar a conocer que las corrientes que atraviesan el Atlántico norte dependen de condiciones árticas cerca de Groenlandia. Las aguas de la corriente del Golfo, como se dijo antes, son templadas y se vuelven más saladas debido a la evaporación en su fluir hacia el norte; el agua salada es más densa que el agua dulce, y de no ser porque en su recorrido las aguas de debajo son más frías y densas, esta se hundiría. Solamente cuando las aguas de esta corriente alcanzan el enfriamiento al entrar en contacto con el hielo ártico logran hundirse a grandes profundidades formando una cascada en la mitad del océano, la que constituye la central eléctrica que le da vida a todas las corrientes oceánicas del planeta, el motor que impulsa el proceso de circulación.

Pero este proceso se está viendo afectado por el deshielo del Ártico y Groenlandia. El agua dulce atrofia la corriente del Golfo porque diluye la salinidad e impide que se sumerja, ocasionando la ralentización o en el peor de los casos la interrupción de la circulación de los océanos del mundo.

El último informe del IPCC da a conocer algunas evidencias al respecto. Cuenta que “a escala continental, regional y de la cuenca oceánica se han observado numerosos cambios climáticos a largo plazo. Estos incluyen cambios en la temperatura y el hielo árticos, cambios generalizados en la cantidad de precipitación, la salinidad de los océanos, las pautas de los vientos y las condiciones climáticas extremas, como sequías, fuertes lluvias y olas de calor”. Las temperaturas medias árticas aumentaron casi el doble que la media mundial durante los últimos 100 años y el ritmo de deshielo se está acelerando. Si el norte helado se derrite podría liberar un flujo potencial de agua dulce capaz de incidir de manera directa en el mecanismo de la circulación oceánica, al que se sumarían las crecientes precipitaciones en toda la región.

Según información recopilada el Atlántico tropical se está volviendo más salado, mientras que tanto el norte como el sur del Atlántico polar se están volviendo más dulces. El cambio se debe a un aumento en la evaporación cerca del ecuador y al aumento de las precipitaciones en los polos. Las previsiones apuntan que debido a la salinidad creciente en el Atlántico tropical, la corriente del golfo aumente su velocidad antes de su interrupción. El calor adicional transmitido a los polos desde el trópico contribuiría a derretir más hielo hasta que se desmoronara completamente el sistema.

Pero, de ser así ¿que pasaría?

Posturas sensacionalistas apuntan a un regreso de las condiciones árticas de Europa y la Costa Este de América del Norte. Pero esto es casi improbable debido a que cuando esto suceda es posible que el cambio climático se encuentre en un notable avance y el ártico y Groenlandia ya hayan perdido gran parte de su cubierta helada. Un efecto contrarrestaría al otro.

Dada la poca probabilidad de que esto ocurra en este siglo, el debate ya no debe centrarse en como la corriente del golfo al desacelerarse o detenerse afecta o no a determinada región; sino en que si llegara a ocurrir habremos llegado a un punto en donde el cambio ya no tendrá retorno, estaremos dando pasos hacia unas condiciones climáticas completamente diferentes.


Fuentes: El clima está en nuestras manos. Tim Flannery.
La Venganza de la tierra. James Lovelock


Nelson Vásquez Castellar.